Madrugaba don Alonso a poco del sol salido; convidando va a su boda a los parientes y amigos; a las puertas de Moriana sofrenaba su rocino: —Buenos días, Moriana. —Don Alonso, bien venido. —Vengo a brindarte Moriana, para mi boda el domingo. —Esas bodas, don Alonso, debieran de ser conmigo; pero ya que no lo sean, igual el convite estimo, y en prueba de la amistad beberás del fresco vino, el que solías beber dentro en mi cuarto florido. Moriana, muy ligera en su cuarto se ha metido; tres onzas de solimán con el acero ha molido, de la víbora los ojos, sangre de un alacrán vivo: —Bebe, bebe, don Alonso, bebe de este fresco vino. —Bebe primero, Moriana, que así está puesto en estilo. Levantó el vaso Moriana, lo puso en sus labios finos; los dientes tiene menudos, gota dentro no ha vertido. Don Alonso, como es mozo, maldita gota ha perdido. —¿Qué me diste, Moriana, qué me diste en este vino? ¡Las riendas tengo en la mano y no veo a mi rocino! —Vuelve a casa, don Alonso, que el día ya va corrido y se celará tu esposa si quedas acá conmigo. —¿Qué me diste, Moriana, que pierdo todo el sentido? ¡Sáname de este veneno, yo me he de casar contigo! —No puede ser, don Alonso, que el corazón te ha partido. —¡Desdichada de mi madre que ya no me verá vivo! —Más desdichada la mía desque te hube conocido. |
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sábado, 19 de junio de 2010
Romance del veneno de Morïana
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